En la iglesia encontramos diferentes sepulcros, pertenecientes a familias nobles vinculadas de alguna manera con el monasterio y a abades relevantes del mismo. Estos personajes escogían monasterios importantes como última morada con el objetivo de que el rezo por su alma les ayudase a conseguir el cielo. Por su parte, la comunidad recibía generosas donaciones en forma de dinero o propiedades. En muchas ocasiones a mayor número de enterramientos mayor será el prestigio de la abadía.
Destaca el sepulcro que presenta una escultura yacente con un halcón en su brazo. Corresponde a D. Pedro Díaz de Castañeda, Almirante de Castilla en tiempos del rey Sancho IV. Fue tallado, muy probablemente, por Antón Pérez de Carrión, que también hizo el de su hermano, Nuño Díaz de Castañeda. El sepulcro de su segunda esposa, Dª Inés Rodríguez de Villalobos, que en su momento se encontraba también en la iglesia de este monasterio, actualmente está custodiado en el Museo Arqueológico Nacional. Un aspecto interesante es observar que casi todos los sepulcros de la iglesia aparecen sin policromar, pero en la Edad Media esto no fue así, pues la pieza no estaba concluida hasta que no estaba completamente pintada. Si nos fijamos con atención, en el sepulcro de Pedro Díaz todavía podemos ver restos de pintura. El mismo caso ocurre para las paredes de las iglesias, hoy las vemos con la piedra desnuda, pero lo habitual es que estuviesen encaladas o pintadas.
Como señalábamos, observamos como en el brazo de Pedro se dispone lo que parece ser un halcón o un ave de cetrería. Es una imagen muy habitual en este tipo de tumbas. La función fundamental de un caballero era la guerra. En época de paz ocupaban sus momentos de asueto en aficiones como la cetrería, la cual consistía en amaestrar aves rapaces y cazar con ellas.
Otro lugar de enterramiento para la nobleza, dentro del monasterio, era la sala capitular. Si te acercas hasta allí, encontrarás varias lápidas decoradas. Una de ellas con el escudo de una de las familias nobles de la zona.
